esa mañana vi la foto de un atardecer que no esperaste conmigo, me contaste dónde era y con quién estabas, nos miramos sabiendo que habíamos tenido toda una vida antes de nosotros y que íbamos a tenerla después, aunque no quisiéramos que llegara nunca esa despedida. vos sabías que yo tenía que irme en dos o tres años, que era tiempo suficiente para darnos lo que teníamos que darnos, esas risas, esas caminatas, esos silencios cómodos en los que nos encantaba descansar. si algo habíamos aprendido era eso: todo lo que teníamos era un tiempo que pasaba demasiado rápido y nos dejaba esperando la próxima semana, ya no queríamos sábados ni domingos, ni siquiera queríamos el viernes, solamente esos tres días en los que podíamos recuperar los años perdidos. y era lindo escucharte entrar, adivinar tus movimientos y mirar para abajo antes de que llegaras solo para autoregalarme ese momento de levantar la vista y verte ahí, asomado detrás de los cuadraditos de la puerta, era lindo porque lo intentabas, porque venías y dejabas tus cosas en la mesa como si fuera toda tuya, y eso hizo que lo fuera, que te la ganaras con los meses, como te ganaste el visto bueno de los demás, mis confesiones más avergonzantes, esas esperas a la sombra y todos los poemas.
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